Al igual que el Hombre de Acero en el cómic de 1992, el actor que le dio un rostro que ya nadie olvidará ha dado su última y heroica batalla. Christopher Reeve murió, no combatiendo al monstruoso Doomsday sino a la fatalidad: desde 1995 se hallaba paralítico, a causa de la caída de un caballo.
Recordemos. Cuando el accidente sucedió, muchos dieron por sentado que el célebre actor no iba a sobrevivir; su estado era grave. Pero entonces hizo una hazaña que ni el mismo Superman hubiera logrado: decidió luchar por su vida. Y venció.
¿Qué le dio fuerzas para desafiar a la muerte? No, no fue nuestro sol amarillo. Tal vez fue la voluntad de vivir; tal vez el apoyo de sus amigos y parientes; o tal vez los agradecidos espíritus de Siegel y Shuster (en el film de 1978 recién se les dio el crédito que tanto se les había negado).
Personalmente, creo que ante su inminente muerte, sus fans en todo el mundo habrán enviado cartas de aliento para el más recordado Hombre de Acero de la pantalla grande. Y mientras él yacía postrado en su cama, habrá estado escuchando los mensajes de esperanza que niños y adultos de los cinco continentes le mandaban.
Pero son mis especulaciones. El hecho fue que venció a la muerte.
El precio fue alto: parálisis. Pero ni así se rindió. Desde su silla de ruedas se lanzó a difundir su tragedia. Si él había podido sobreponerse ante una situación tan deseperante, ¿por qué otros con tragedias similares (ya sean o no admiradores de Superman) no podrían tomarlo de ejemplo?
Escribió libros. Se presentó en programas televisivos. Hizo breves apariciones en películas. Incluso hizo de astrónomo paralítico en un episodio de la teleserie SMALLVILLE. Siempre contando con el apoyo de su fiel esposa y de su hijo.
Cierta vez manifestó que no le gustaba que se le llamara "Superman". Tal vez temía encasillarse en el personaje o hasta acabar viejo y abandonado como Johnny Weissmuller (quien nunca pudo desligarse de Tarzán). Interpretó todo tipo de papeles, pero aún así grandes y chicos seguían viéndolo como el Hombre de Acero.
Pues cumplió su cometido, pese a la desgracia. Ante una fatalidad ante la que otros optarían por suicidarse, él se aferró a la vida. Jamás perdió la esperanza. Y con ese valeroso espíritu de lucha es que pasará a la historia.
Estos últimos años manifestó su apoyo a estudios de la clonación humana con fines quirúrgicos. Polémico, dando lugar a todo tipo de comentarios.
Ahora la lucha ha terminado. Y él venció: ha pasado a la inmortalidad.
Ahora solo nos queda recordarlo, no como el azul superhéroe de capa y botas rojas, sino como el valiente terrícola que nos dejó el más grande ejemplo de lucha por la vida. Es la mejor manera de honrar su memoria.
Christopher Reeve: descansa en paz.
Eduardo Guzmán Novoa 2004
guzmannovoa@LatinMail.com