Las Aventuras de Superman

By George Lowther

Capitulo X

"El misterio del viejo"


EL MISTERIO DEL VIEJO

DE HECHO, empezó a ocurrir tan sólo unas pocas horas después. Clark Kent iba caminando a lo largo de la calle principal de la ciudad portuaria, nada más llegar de la estación de ferrocarril, desde donde había telegrafiado la noticia del hundimiento del petrolero al Daily Planet. Se preguntaba, mientras paseaba, cuál sería la reacción de Perry White ante la noticia que le había enviado. Había escrito el artículo lo mejor que podía, pero que Perry White pensara los mismo, eso ya era otra cosa.

Al dejar la oficina de Telégrafos, Kent caminaba por el andén de la estación cuando vio pasar un tren que iba lleno de tropas. Reflexionó brevemente sobre el destino de esas tropas, a medida que pasaban los vagones con dirección norte.

Desde la estación de ferrocarril, se dirigió hacia los astilleros de Lowell. Al cruzar la calle principal, vio al Viejo que se había encontrado la noche anterior, parado frente a una tienda de artículos marinos, en la esquina opuesta a donde él se encontraba. La tienda estaba a cierta distancia, pero los agudos ojos de Superman, tras las gafas de montura de asta de Clark Kent, no podían confundir al encogido personaje de ropas raídas y cara barbuda.

Kent, decidió hablar en el acto con el misterioso Viejo. Los trágicos sucesos de la noche anterior habían reforzado su convicción de que había alguna conexión entre el Buque Fantasma y el hundimiento del petrolero. John Lowell había expresado la sospecha de que el Buque Fantasma podía ser un truco para interferir la producción de material de guerra, para evitar la construcción de cientos de barcos torpederos que había contratado con el gobierno. Kent pensó que había bastante más que eso. Si el Buque Fantasma era un truco, era más elaborado de lo normal para un sabotaje ordinario. Además, hablando con el empleado de telégrafos supo que habían hundido en esta costa cinco petroleros, en las dos últimas semanas. El hundimiento del primero ocurrió sólo unos pocos días después de la primera aparición del Buque Fantasma. No, estaba seguro que los hundimientos estaban conectados de alguna forma con las fantasmagóricas apariciones del Nancy M. El Viejo sabía algo acerca de esto, de eso también estaba seguro y resolvió al instante que tenía que descubrirlo.

Cruzó la calle rápidamente. Al hacer esto, el Viejo se giró dejando de mirar el escaparate de la tienda y empezó a caminar por la calle hacia él. Había dado unos pocos pasos cuando vio a Kent. Se paró en seco, dudó y después se giró dando la espalda a Kent empezando a correr. Era obvio que pretendía evitar cualquier encuentro con el reportero.

Kent aceleró la marcha. El Viejo alcanzó la tienda de artículos marinos y entró en ella. En menos de un minuto, Kent había llegado a la puerta de la tienda y entró. Sus ojos se acostumbraban rápidamente a los cambios repentinos de luz, al pasar de la luz del día de la calle, a la oscuridad de la tienda. Lo buscó con la mirada. La tienda estaba llena por todas partes de artículos necesarios para la vida en el mar y por ello había colgados en cada pulgada del techo numerosas herramientas y útiles marinos. Había binoculares y cuerdas, compases, relojes, barómetros, cadenas. Había mapas y cartas de navegación, telescopios, prismáticos, cuadrantes y sextantes. En resumen, había todo lo que un marino pudiese necesitar.

Desde la oscuridad lóbrega del lugar, llegó a Clark Kent el olor penetrante del agua del mar, salubre, como si la marea se hubiera retirado y volviese para llenar el lugar con agua de mar.

No había ninguna señal del Viejo.

Antes de que Kent pudiera decidir qué hacer, se abrió la puerta trasera de la tienda y apareció un hombre que se dirigió hacia él. Había algo en aquel hombre que se ajustaba perfectamente al ambiente que había en la tienda, con su aire marinero. Era de mediana edad con una cicatriz y la cara maltratada por el tiempo. Llevaba pantalones vaqueros, una camisa de lana gris y en la cabeza un gorro de marino. De su boca de Yankee sobresalía una pipa corta y ennegrecida.

"¿Si?", dijo lentamente con un sonido nasal muy acentuado.

"Estoy buscando a alguien que al parecer no está aquí", dijo Kent.

"Lo siento", respondió el otro.

"Estoy seguro de que le vi entrar aquí", dijo Kent. "Quizás le conozca Vd., es un viejo que lleva las ropas raídas. Está un poco curbado y encogido".

El otro negó con la cabeza.

"No", dijo arrastrando la palabra.

Había una frialdad en su interlocutor que preocupaba a Kent.

"Mire", dijo, "tanto si le conoce como si no, entró en esta tienda. Le vi entrar. ¡Tiene que haberle visto!".

"Yo no", dijo el otro.

La preocupación de Kent se estaba transformando rápidamente en enfado. El Viejo había entrado en la tienda, no había ninguna duda acerca de esto. No había ningún lugar donde poder esconderse, ningún sitio donde se pudiera ocultar de la vista de alguien. Aunque no le podía ver y su interlocutor le decía que no lo había visto, había algo raro allí. ¡La gente no entra en las tiendas y desaparece!.

"Escúcheme", dijo Kent. "Le vi entrar aquí y tiene que estar en algún sitio de esta tienda".

"Cuídese de sí mismo", le contestó el otro.

"Eso es exactamente lo que intento hacer", contestó Kent, "¡Y el primer lugar que voy a mirar es detrás de la puerta!"

"¡Quieto!"

Ahora el hombre no hablaba con lentitud, arrastrando las palabras. Era tajante e imperativo. Kent que continuaba mirando hacia la puerta, se paró. Los dos hombres se encontraron cara a cara.

"¿Sí?", desafió Kent.

El otro movió su corta y vieja pipa de entre sus apretados labios y miró a Kent duramente un momento o dos. Después dijo: "Cuando le dije que se cuidara de sí mismo, quería decirle que podía mirar aquí, en la parte frontal de la tienda". Movió la pipa entre sus dientes amarillos y añadió: "No hay nadie detrás de la puerta, nadie excepto mi joven asistente.

"No importa", dijo Kent, "¡Echaré un vistazo!"

Sus ojos se enfrentaron y algo en los de Kent hizo que el otro bajara la vista. Kent cruzó hacia la puerta y la abrió.

Dentro, inclinado sobre una mesa de trabajo, reparando un compás, había un joven de la misma edad que Kent. Al entrar el reportero, el joven levantó la vista de su trabajo, se sacó el monóculo de joyero del ojo y sonrió con simpatía.

"Hola", dijo. "¿Puedo hacer algo por Vd.?"

Durante un instante Kent se desconcertó. En realidad, esperaba encontrar al viejo en esta habitación, pero no había rastro de él y no había otro lugar al que hubiera podido ir.

Kent dudó un momento antes de contestar. Era consciente de la gran simpatía de este joven con su amable sonrisa, pero también había algo familiar en su cara; tenía la sensación de que ya había visto antes esa cara.

"No sé si puede hacer algo por mi o no", dijo finalmente. "Estoy buscando a alguien que estaba seguro de que había entrado aquí..."

"Lo siento", dijo el otro, "No he visto a nadie, nadie aparte del Sr. Barnaby. Oh, Sr. Barnaby..." Se dirigió hacia el hombre con el gorro de marino que había seguido a Kent por la habitación. "¿Ha visto a alguien en la tienda?"

Barnaby frunció el ceño, sacó la ennegrecida pipa de su boca y dijo: "No. Ya se lo dije pero no me creyó".

"¡Pero le dije que le vi entrar aquí!"

"Se equivocó"

Clark Kent no se había equivocado. Estaba seguro de eso. El Viejo había entrado en la tienda y en el tiempo que le costó a Kent alcanzarle, había desaparecido. Aunque continuó hablando con Barnaby y el joven, los ojos de Kent vagaban por la habitación buscando lugares donde el viejo pudiera haberse escondido. Obviamente, no había ninguno. No había nada que hacer sino aceptar la palabra de los otros dos, osea que el Viejo no había entrado en la tienda en lo absoluto. Decidió esperar un poco por si se decía algo u ocurría algo que le pudiera dar una prueba.

"Bien", dijo, "parece que me he equivocado. Siento haberles molestado. Por cierto, me parece que no me he presentado. Mi nombre es Clark Kent. Soy reportero del Daily Planet de Metropolis".

"Encantado de conocerle", dijo el joven. "Mi nombre es Gorman, Tom Gorman. Este es mi empleado, el Sr. Barnaby"

Barnaby agradeció la presentación con un movimiento de cabeza."¿Dijo un reportero?", continuó Gorman. "¿Qué demonios hace Vd. aquí en este lugar perdido?"

Kent sonrió. "Le podría preguntar lo mismo", contestó.

Gorman mostró sorpresa.

"Es verdad", dijo. "Llevo aquí unas pocas semanas. Pero ¿cómo lo sabía?".

"Por una razón", replicó Kent, "no tiene el acento de por aquí y su cara está demasiado pálida para haber pasado mucho tiempo en este clima".

Su explicación no era muy convincente y lo sabía. Por otro lado, podría haberle dicho al joven Gorman las otras cosas que había notado. Por ejemplo, las manos de Gorman, eran finas, blancas y bien cuidadas, difícilmente las manos de un mecánico. También la manera en que sujetaba el monóculo con el ojo, mostrando que no estaba acostumbrado a ello. Y la impresión que Kent recibió al entrar en la habitación. Gorman intentaba parecer ocupado, absorto en su trabajo. En conjunto, aunque le gustaba el joven Gorman, Kent tenía la sensación de que era un hombre que intentaba aparentar lo que no era. También le era familiar la cara de Gorman. Kent se preguntaba dónde había visto antes esa cara.

Gorman estaba diciendo: "Supongo que Vd. me llamaría un mariposeador, he probado todas las clases de trabajo y al final he terminado aquí. No me pregunte cómo, es una historia aburrida"

Al contrario, pensó Kent, estaba seguro de que la encontraría muy interesante. De nuevo se dio cuenta de algo raro: No le había pedido ninguna explicación sobre su presencia en la tienda de artículos marinos; entonces, ¿por que se la daba voluntariamente? ¿Por qué?

Kent dejó de hacerse preguntas a sí mismo, porque de repente, se dio cuenta del porqué le era familiar esa cara. No era la cara de Gorman la que había visto, sino una muy parecida y la había visto la noche anterior. Estaba a punto de decirlo cuando cambió de parecer. Gorman hubiera negado cualquier conexión y lo único que habría hecho Kent es poner esa información en sus manos.

Sin embargo, el reconocimiento de Kent se notó pues Gorman dijo: "¿Ocurre algo?"

"No", contestó Kent. "Sólo me preguntaba qué puede haberle ocurrido a mi amigo. Eso es todo. Por cierto, ¿No tendrá parientes cercanos por estos parajes, verdad?

Gorman miró sorprendido.

"¿Parientes?", rió. "No que yo sepa. ¿Porqué?"

"Por nada, nada en lo absoluto", dijo Kent. "Simplemente me hacía preguntas". Rápidamente cambió de tema. "Creo que me he puesto en ridículo insistiendo en que mi amigo entró aquí", dijo, girándose hacia Barnaby, quien durante todo el tiempo había estado llenando su pipa obstinadamente. "Siento haberles molestado"

"Olvídelo", dijo Barnaby sin sacarse la pipa de la boca.

"Bien", titubeó Kent, "me voy".

Los otros dijeron adiós y Kent salió de la tienda. Mientras salía, sus ojos se fijaron en cada uno de los detalles de la misma, buscando un lugar donde el Viejo pudiera estar escondido. Si esperaba encontrar algo, estaba condenado al fracaso. No había armarios empotrados ni más compartimientos ni trampas. Aunque parecía todo muy misterioso, no había duda de que el Viejo había entrado en la tienda de artículos marinos y que de repente había desaparecido.

Caminando por la calle en dirección a los astilleros de Lowell, Kent estuvo reflexionando sobre lo que aparentaba ser un problema insoluble. Era el tipo de problemas que encantaban a la mente de Superman y se puso a cavilar, explorando cada posible solución, examinando todos los ángulos del problema. Después de todo era algo tan sencillo como esto: El Viejo había entrado en la tienda de artículos marinos. Era imposible que hubiera podido salir sin ser visto por Kent. También era imposible que hubiera desaparecido. Sólo podía haber una respuesta. ¡El Viejo aún estaba dentro de la tienda!

Parecía la única solución posible y sin embargo no tenía sentido. Tenía que reflexionar también acerca del Buque Fanstasma. ¿Cuál era la respuesta a la aparición fantasmagórica del Capitán Joshua Murdock en medio de la niebla del muelle la noche anterior? Parecía no haber ninguna, parecía que era incapaz de descubrir el misterio.

Sabía una cosa. Se le ocurrió de golpe. Tom Gorman estaba emparentado con Anna, el ama de llaves de John Lowell. Por eso le había parecido familiar la cara de Gorman, por eso le había parecido que ya la había visto antes. Las dos caras tenían características similares, como si Gorman y Anna fueran hermanos o madre e hijo. Se preguntó si lo serían. También se preguntó porqué Gorman negó tener ningún parentesco con alguien de la ciudad. Gorman, sin dudarlo, estaba representando un papel. ¡Bien, Superman interpretaría uno para él!.

Había llegado a la puerta del astillero de Lowell. Se paró un momento antes de seguir y se dio media vuelta. Por su mente pasaron imágenes del Viejo, Tom Gorman, Barnaby y Anna, el ama de llaves y se rió para sí mismo. Entonces pensó en el tren con tropas que había visto por la mañana, en los miles de jóvenes yendo hacia quién sabe dónde. La sonrisa desapareció de sus labios. Cogió el pasador de la puerta, lo giró, la abrió y entró.

Capítulo XI

Novela de 1942


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