Las Aventuras de Superman

By George Lowther

Capitulo XIV

"El desenmascaramiento"

EL DESENMASCARAMIENTO

EL escalofrío y entumecimiento hubieran atemorizado en ese momento y hubiera hecho pedazos la razón de cualquier hombre corriente. Era la amenaza del diablo en la noche, los "Poderes del Mal" extendiéndose como una legión gritando a través del espacio, danzando y girando en la niebla, riendo salvajemente. Esa era la escena satánica con la que se encontró Superman. En­tre la niebla se veían girar caras grotescas de ojos saltones y se oían voces de lamentos y chillidos. Unos dedos pegajosos se agarraban a sus piernas mientras caminaba a grandes pasos hacia adelante. (Estas cosas no existían, pero casi podía creer que sí por la fuerte sensación de lo sobrenatural que le rodeaba! Una sola zancada fue suficiente para acercarse al Capitán Murdock. El capitán de la tripulación de esqueletos le vio venir y se deshizo de Lois Lane arrojándola al suelo y enviándola hasta el borde del muelle donde se desmayó. Y ahora, libre para defender­se, esperó al Hom­bre de Acero con su cabeza de calavera sonrien­do malvadamente a través de la niebla, con su tripulación mirán­dole de reojo desde la cubierta del Buque Fantasma que se halla­ba tras él.

Detrás del puñetazo que Superman dio en la mandíbula del es­queleto, había tal fuerza y velocidad que hizo que el Capitán Murdock cayera hacia atrás sobre sus propios pasos. Al golpearle con el puño en la cara, Superman se dio cuenta de que estaba luchando contra algo que no tenía nada de sobrenatural.

El Capitán Joshua Murdock estaba hecho de carne y hueso.

Todavía había en el muelle, mirándole fijamente, una cara de esqueleto que brillaba fosforescentemente en la oscuridad.

Fosforescencia "¡Eso era! Superman se inclinó y en un instante le quitó la máscara de la cara, una máscara que llevaba el dibu­jo de una calavera con pinturas luminosas. Ningún es­queleto, ningún Capitán Murdock yacía ahora sobre el muelle. La postrada figura era la de un hombre ordinario.

"¡Y el hombre era Red Slade!"

No se podía decir que Superman estuviera sorprendido, pero si alguna vez estuvo a punto de estarlo, ese era el momento. Red Slade era el capataz de John Lowell, el hombre al que había sal­vado la vida esa tarde, la persona que jamás hubiera esperado encontrar bajo la máscara del Capitán Murdock. )Qué significaba? )Qué relación había entre el capataz de los astilleros de Lowell y la red de espionaje que se estaba tejiendo afuera, a muchas millas del ancho Atlántico? Aunque estas preguntas rondaban por su mente, las respuestas se presentaron solas y supo que más allá de cualquier posible duda, Red Slade era un espía extranje­ro. El acento yanqui que ponía en su voz, la ruda simplicidad de su conducta, todo eso no significaba nada. Red Slade era el ins­trumento del mal, el poder diabólico responsable del hundimiento de muchos barcos, de la pérdida de muchas vidas Americanas. Cua­nto más se oponía su razón a esto, más se convenció Superman de que no podía ser de otra manera.

Por extraño que parezca, sintió en ese momento una ligera piedad por John Lowell. Era muy doloroso que un hombre para quien el futuro de America significaba tanto, para quien la construcción­ a tiempo de los Barcos Torpederos era tan vital, fuese traicionado tan fácil y gratuitamente por un agente enemigo. Mientras pensaba esto, Superman decidió que John Lowell vería realizar sus contratos a tiempo.

Slade gimió y empezó a moverse. Superman se rió al verle y se dio cuenta de que tenía un nuevo poder, el poder de la mode­ra­ción. Un golpe de su poderoso puño, de su fuerza sin freno, po­día fácilmente haber asesinado al hombre. Superman había contro­lado conscientemente la fuerza que surgió de su brazo al dar el puñe­tazo. Estaba contento de ver que el hombre estaba volviendo en sí y en tan corto espacio de tiempo.

Había cientos de preguntas que quería hacerle a Slade y espe­ró impaciente a que el hombre recobrara los sentidos. Su impa­cien­cia se agudizó al recordar al Viejo que había dejado ence­rrado en la cabina del cliper y se dio cuenta de que esta­ría inten­tando escapar de su encierro.

También vio de reojo que Lois se empezaba a mover y se dio cuenta de que corría peligro, pues estaba justo en el borde del muelle. Sus sentidos se concentraron en cualquier tipo de movimiento que procediera del cliper y también en Lois. Permane­ció de pie junto a Red Slade esperando a que abriera los ojos. Este, pestañeó y miró a través de la niebla a la figura con capa roja que se hallaba sobre él. Superman le miró a los ojos y vio el miedo reflejado en ellos, pero también la astucia.

"¡Levántate!", ordenó Superman.

Slade se puso de pie. Parecía una extraña figura vestida con ropas del siglo pasado, desposeído de la luminosa máscara de esqueleto. Había algo incongruente, incluso ridículo, en el hombre después de quitarle la máscara de calavera, especialmente cuando se puso de pie con el Buque Fantasma detrás de él. El bar­co -con sus largueros rotos y deteriorados entre la niebla, con su tripulación mirando de reojo enfermizamente desde la ba­randi­lla de cubierta- estaba aún anclado al final del muelle y eso era lo que hacía parecer ridículo a Red Slade. Ahora era un hombre corriente con un fondo que pretendía ser sobrenatural.

"Bien, Slade", dijo Superman, "Me temo que tu juego se ha terminado. Tengo varias preguntas que hacerte y si sabes lo que te conviene, serás rápido al responderlas" Slade le miró con ojos astutos. Aunque sabía que estaba de­lante de un ser superior, sus nervios eran lo suficientemente fuertes para intentar afrontar la situación.

"No sé quién es Vd", dijo, "y no me importa. Sólo una cosa, Señor, no va a sacar nada de mí"

Superman sonrió, pues sabía lo fácil que le resultaría hacer­le cambiar de idea. Se preguntó hasta donde tendría que llegar antes de que Slade le diera la información que deseaba. Detesta­ba el dolor de cualquier clase y se lo evitaría al hombre que tenía delante de él, aunque estaba decidido a aclarar el miste­rio del Buque Fantasma lo antes posible. Tenía más de un motivo para ello. Su oportunidad para conseguir el puesto de reportero en el Daily Planet, dependía en gran medida de la rapidez con que presentara la noticia, pero más allá de esto, había algo más importante, el conocimiento de que la vida de muchos hombres estaba en juego y que mucho material de guerra podía ir a parar al fondo del Atlántico si no actuaba con rapidez.

"Slade", dijo, "vamos a aclarar algunas cosas. Va a responder a mis preguntas, lo quiera o no. Puede contestarlas voluntaria­mente o me veré obligado a usar la fuerza"

Slade no mal interpretó el significado de esas palabras; el capataz comprendió perfectamente lo que le ocurriría si no con­testaba las preguntas. A pesar de ello, todo lo que dijo fue: "Bien, le digo una vez más que no tengo nada que decir"

A Superman no le gustaba usar las tácticas de un malhechor, pero no le quedaba otra alternativa. Agarró al hombre por las muñecas, apretándole con los dedos como si fueran garras de ace­ro. La frente de Slade rompió en sudor y un gemido se escapó de sus labios. "Ahora respóndeme: ¿Qué significa el Buque Fantasma? ¿Qué truco hay detrás de todo esto?"

Slade estaba boquiabierto de dolor, cayéndole el sudor por la frente. Sus labios estaban azulados por el sufrimiento, pero los man­tuvo cerrados, rehusando dar las respuestas que Superman quería saber.

"¡Contéstame!" Superman luchaba contra la simpatía que le inspiraba incluso un enemigo. Sabía que el dolor de su apretón, al final haría que el hombre hablara y quería desesperadamente evitarle más dolor del necesario.

La voz de Slade era tan débil que apenas se la oía cuando dijo: "¡No diré nada!"

Estaban los petroleros, los cientos de vidas perdidas y las que se podían perder, los trenes militares dirigiéndose hacia el norte. Superman resolvió que el hombre tenía que hablar, que tenía que contarle lo que necesitaba saber para solucionar com­pletamente el misterio. Le apretó con más fuerza todavía. Fue en ese momento cuando Lois Lane, que hasta ahora se movía de vez en cuando, recobró la plena conciencia.

Superman la vio de reojo como se ponía de pie y miraba furiosamente a su alrededor. Un vistazo fue suficiente; enseguida se dio cuen­ta de que el horror a la que se había visto sometida hace unos mo­mentos, aún le duraba. Justo cuando intentaba forzar una res­pue­sta a Slade, vio un estremecimiento en la chica al percatarse de la presencia del barco espectral que aparecía entre la nie­bla. Por un momento, pareció que estaba de nuevo a punto de des­mayar­se. Entonces, en un instante, el miedo que tendría que ha­berle hecho correr, se convirtió en un deseo irressistible de averi­guar qué era lo que la asustaba. Algo como un sollozo y un chi­llido salió de sus labios y con los brazos levantados corrió hacia el Buque Fantasma -corrió hacia él y a través de él, o eso le pareció a Superman-, perdiéndose de vista. El sonido de un chapoteo le indicó que la chica había caído del muelle en las traicioneras aguas del canal.

Soltó a Slade que cayó a sus pies y en la fracción de un se­gundo ya estaba en el agua con sus poderosos brazos abriéndose camino hacia donde Lois estaba luchando frenéticamente. Cuando la tuvo segura entre sus brazos, se dio la vuelta hacia el mue­lle. Debido al miedo, Lois luchaba contra él, golpeado sus pe­queños puños contra su pecho, intentando escapar de sus brazos. Superman la llevó con delicadeza, sabiendo que sus poderosas manos y sus potentes brazos podían herirla con facilidad. Debido a esto, perdió varios minutos en regresar al muelle, llevándola con dulzura y nadando con fáciles y largos movimientos contra la corriente.

Alcanzado el muelle, la dejó en él con sumo cuidado, asegu­rándose de que no corría ningún peligro, volviendo al lugar don­de había dejado a Slade. "¡Pero Slade se había ido! "¡No sólo eso, sino que también había desaparecido el Buque Fantasma! Era como si nunca hubiese estado allí. No había nada más que la niebla, el muelle vacío y el eterno sonido de la sirena avisando de que había niebla en el canal.

Precisamente cuando pensó esto, Superman se dio cuenta de que la clave del misterio estaba cerca de su mano. La situación ha­bía cambiado. Aparte del desenmascaramiento de Red Slade, había algo más, algo que había aprendido en los últimos minutos. In­tentó determinar qué era pero no lo consiguió. Le preocupaba porque sabía que era algo vital. )Porqué no podía recordar lo que era? Tenía que recordarlo porque era algo importante. Reme­moró los últimos acontecimientos que habían ocurrido. Había vis­to a Lois correr hacia delante, y aparentemente a través del Bu­que Fantasma, cayendo al agua. Entonces había soltado a Red Sla­de para ir a rescatarla. No deseando atemorizarla, había per­dido varios minutos llevándola con dulzura, regresando al muelle a nado en lugar de volando. Durante esos pocos minutos había ocu­rrido algo que ahora estaba intentando recordar. ¿Había visto algo? ¿Había sentido algo? No podía recordar.

Estaba indeciso, no sabía si ir en busca de Red Slade o re­gresar a la cabina del cliper y continuar el interro­gatorio del Viejo, que había sido interrumpido por el grito de Lois. Sabía que Slade no podía ir lejos sin que le cogiera y decidió regre­sar a la cabina del barco. Sin embargo, primero tenía que ver a Lois, que se había desmayado otra vez y que de nuevo se movía de manera intermitente en el lugar del muelle en que la dejó. Para él era cosa de poco tiempo regresar al cliper, ponerse su ropa ordinaria que había dejado detrás del montón de lonas y regresar al muelle. Fue como Clark Kent, con sus gafas y suaves maneras, como se acercó a Lois, que ahora estaba sentada mirándose a sí misma de manera desconcertada.

"¡Tú!, exclamó Lois. "¿Dónde has estado? ¡Con tantas cosas que me han sucedido!"

Le contó la historia que él conocía tan bien, su primera vi­sión del Buque Fantasma, la aproximación del Capitán Murdock, cómo la había cogido y todo lo que siguió. El la escuchó pacien­temente, con ganas de que termi­nara para poder volver al cliper.

Cuando Lois terminó de contarle cómo había sido salvada y devuelta al muelle, en los brazos de un extraño ser, se quedó mirando fijamente a Kent con una mirada que tenía algo de menos­precio.

"¿Y dónde estabas tú mientras me ocurría todo esto?", le in­quirió.

Enseguida comprendió el significado de su tono de voz. Había adoptado deliberadamente el disfraz de Clark Kent para engañar a la gente haciéndoles creer que era tímido y con falta de coraje. En su primer encuentro con Lois, ya se dio cuenta de que le mi­raba con menosprecio y sabía que ella no le consideraba digno de admiración. Sin embargo, ahora, el tono de su voz implicaba algo más que una falta de respeto, implicaba definitivamente una nota de compasión.

"Estaba en el otro lado del astillero", dijo, "siguiendo va­rias pistas. Me temo que no me sirvieron demasiado".

Ella se rió. También había pena en su risa, y se percató de lo que estaba pensando. Para ella, no sólo era un joven blando y sin importancia, sino que le veía también como un reportero in­maduro y sin experiencia. Mientras él había estado investigando pistas insípidas y sin importancia que no le habían llevado a ninguna parte, ella había vivido una experiencia que difícilmen­te olvidaría y que le proporcionaría una gran cantidad de mate­rial para crear una noticia atractiva para el Daily Planet. Para Lois Lane, Clark Kent difícilmente llegaría a alcanzar el grado de reportero de un periódico.

Sonreía interiormente cuando dijo: "No creo que podamos con­seguir mucho más esta noche. Sugiero que volvamos a la ciudad. ¿Dónde te alojas?"

Lois mencionó el nombre de un pequeño hotel en la calle Main y estuvo de acuerdo en que había poco más que pudieran hacer. Caminó con ella hasta la puerta del astillero y después la dejó para que siguiera su camino hasta el hotel, explicándole que él se iba al suyo. Esperó a que la niebla le ocultara y volviendo a la puerta del astillero, saltó la valla de alambres, regresando de nuevo al viejo cliper.

Caminó hasta la escalera de cámara y estaba a punto de des­cender por los escalones hasta la cabina, cuando se paró. Escuchó ­ voces que discutían. Se quedó quieto escu­chando. Una era la voz del Viejo, la otra era una voz que le resultaba familiar pero que no podía identificar en ese momento. Se puso a escu­char. El viejo estaba diciendo: "Te digo que no tienes ninguna oportunidad. Si lo intentas..." El otro contestó: "¡No seas lo­co. Yo tengo un revolver y tú no. Haz lo que te diga o ... De acuerdo, tú lo has querido!"

"¡Se oyó un disparo en la niebla, seguido de otro y de un ter­cero! Justo en el momento en que el Viejo gritó, Clark Kent estaba saltando escaleras abajo.

Esta había sido una noche de sorpresas, pero ahora fue testi­go de la mayor sorpresa de todas al irrumpir en la cabina. En el suelo, a un lado, estaba el Viejo en sus últimos respiros. "¡De pie, en el centro de la habitación, con un revolver humeante en las manos, estaba John Lowell!

Capítulo XV

Novela de 1942


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